INTRODUCCIÓN
En julio de 1968, en Westminster,
Maryland, se halló culpable a un hombre de «de profanidad al tomar el nombre del
Señor en vano en un lugar público». El hombre en cuestión fue arrestado por
pelear en la calle Main y oponerse al arresto.
La razón por la que se le condenó
fue reveladora. La erosión continua de la ley bajo las interpretaciones de la
Corte Suprema hacía más difícil que se le condenara por las acusaciones
acostumbradas. El magistrado Charles J. Simpson usó la antigua ley de 1723,
porque «a veces una ley oscura como esta es la única manera que tenemos de
resolver algunos de estos problemas».
El dilema del juez no sorprende.
Bajo la influencia de la nueva doctrina de la igualdad, el delito se ha estado
poniendo a nivel del bien, e incluso se le ha dado una ventaja. Walt Whitman,
considerado por muchos como el más grande poeta de los Estados Unidos de
América, afirmó sin tapujos este principio igualitario: «Lo que se llama bien
es perfecto y lo que se llama mal es igual de perfecto».
CUANDO SE IGUALA EL BIEN Y EL MAL, LA
EROSIÓN DE LA LEY ES INELUDIBLE E INEVITABLE.
Pero no basta negar la igualdad.
La ley fundamentada solo en la igualdad afirma la supremacía tiránica de un
grupo élite de hombres. La verdadera ley debe descansar en el único Dios
verdadero y absoluto. Como absoluto Señor y Juez, Dios es el supremo árbitro de
todas las cosas, y, como determinante del destino de los hombres, su palabra y
temor son obligatorios en la vida de los creyentes.
De aquí, que la declaración
jurada del verdadero creyente siempre ha sido básica en todas las reglas de
evidencia. Un principio de derecho canónico que ha sido influyente en las
cortes civiles, es este:
Un juramento, tomado en el
sentido de prueba judicial, aunque preservando su propio carácter individual
como invocación del Nombre Divino en testimonio o garantía de la verdad en una
aseveración particular, es el medio más poderoso y efectivo de obtener prueba y
de llegar a la verdad de los hechos de un caso y es necesario antes de que un
juez pueda dictar sentencia.
ESTA MISMA AUTORIDAD DEFINE BLASFEMIA
EN ESTOS TÉRMINOS:
Esta transgresión puede tomar la
forma de blasfemia herética, o sea, en la cual la existencia de Dios o sus
atributos se impugnan o niegan; o de simple blasfemia o imprecación, o sea, en
la que se denigra o profana el nombre de Dios o de los santos.
Ambos aspectos de esta definición
se han considerado ya. Es importante ahora tratar más específicamente del nombre de Dios: «No tomarás el nombre
de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su
nombre en vano».
Los nombres en las Escrituras son
reveladores del carácter y naturaleza de la persona nombrada. El nombre de un
hombre cambiaba cuando su carácter cambiaba.
Como Meredith escribió:
El tercer mandamiento tiene que ver con el nombre de Dios, su oficio,
su posición como el gran GOBERNANTE
soberano del universo.
En la Biblia, los nombres
personales tienen un significado.
TODO NOMBRE O TÍTULO DE DIOS REVELA
ALGÚN ATRIBUTO DEL CARÁCTER DIVINO.
Al estudiar la palabra de Dios,
aprendemos nuevas cosas en cuanto a la naturaleza
y carácter de Dios con
cada nombre por el cual se revela. En otras palabras, ¡Dios se
nombra lo que Él es!
Si los hombres usan el nombre de Dios de una manera que
niega el verdadero significado y
carácter de Dios, están
QUEBRANTANDO el tercer mandamiento.
No solo el significado del
Antiguo Testamento, sino también del Nuevo Testamento, el nombre respalda el punto de Meredith.
Así pues, en el Nuevo Testamento griego, Por un uso principalmente hebraico, el
nombre se usaba para todo lo
que el nombre cubre, todo pensamiento o sentimiento que se despierta en la
mente al mencionar, oír, recordar, el nombre, o sea, el rango, autoridad, intereses, placer, mandato, excelencias, obras, etc., de uno.
Es más, como Meredith anotó:
La palabra hebrea que aquí se
traduce «inocente» quizá se podría traducir mejor como «limpio»: «no dará por limpio Jehová al que tomare su nombre
en vano». ¡La prueba de la limpieza
espiritual es la actitud del hombre ante el NOMBRE de Dios! Un hombre es limpio o inmundo según cómo usa
el nombre de Dios en verdad o
por vanidad.
Esta definición del tercer
mandamiento la destacó con claridad el divino puritano, Tomás Watson, en The Ten Commandments (Los Diez
Mandamientos), continuación de su estudio A Body of Divinity (Un cuerpo de doctrina). El Catecismo Mayor de
la Asamblea de Westminster también destacó esto con claridad:
P. 112. ¿Qué exige el tercer mandamiento?
R. El tercer mandamiento exige
que el nombre de Dios (sus títulos, atributos, ordenanzas, la palabra, los
sacramentos, la oración, los juramentos, los votos, suertes, sus obras, y
cualquiera otra cosa por lo cual él se da a conocer) sea santa y reverentemente
usado en pensamiento, meditación, palabra, y por escrito por una profesión
santa, una conversación intachable, para la gloria de Dios, y para el bien
nuestro y de otros.
P. 113. ¿Que pecados prohíbe el tercer mandamiento?
R. Los pecados prohibidos en el
tercer mandamiento son: no usar el nombre de Dios como es debido, y ultrajarlo
con una ignorante, vana, irreverente, profana, supersticiosa o malvada mención,
o usar sus títulos, atributos, ordenanzas u obras en blasfemia, perjurio; toda
imprecación pecaminosa, juramentos, votos y suertes; violar nuestros juramentos
y votos, si son lícitos; o cumplirlos si son ilícitos; murmuración o polémicas
contra los decretos de Dios, inquisitivas indagaciones sobre ellos, o la
aplicación falsa de los decretos y actos providenciales de Dios; mala
interpretación, aplicación o perversión de la palabra, o alguna parte de ella,
en bromas profanas, cuestiones extrañas o inútiles, charlas vanas, o sostener
falsas doctrinas; ultrajar el nombre de Dios, las criaturas o alguna cosa que
está bajo el nombre de Dios en encantamientos, prácticas y lascivias;
difamación, desprecio, injuria u oposición grave a la verdad, gracia y maneras
de Dios; hacer profesión de religión con hipocresía o por fines siniestros;
avergonzarse de ella o causarle vergüenza con un andar incongruente, poco
juicioso, infructuoso u ofensivo, o apartarse de ella.
Es evidente entonces que la
blasfemia es hoy más común que el buen uso del nombre de Dios. El Dr. Willis
Elliot de la Iglesia Unida de Cristo ha dicho: «Considero demoníaco la
adherencia a la infalibilidad de las Escrituras». B. D. Olsen, que aduce
adherirse a la infalibilidad de las Escrituras, dice que es «visión». Ambas aseveraciones
son a blasfemias.
Para citar a Meredith de nuevo, Dios
declara por medio de Isaías: «Oíd esto, casa de Jacob, que os llamáis del nombre
de Israel, los que salieron de las aguas de Judá, los que juran en el nombre de
Jehová, y hacen memoria del Dios de Israel, mas no en verdad ni en justicia» (Is
48: 1). Las personas a quienes se aplica esta profecía usan el nombre de Dios, pero no obedecen la revelación de Dios que contiene su
nombre.
Muchos títulos de Dios aparecen en las Escrituras, y son reveladores de
aspectos de su naturaleza. Su nombre, sin embargo, aparece como Jehová o Yahvé (no
se sabe la verdadera construcción de las vocales), y quiere decir El Que Es, el
autoexistente, Yo soy el que soy. Esta es la revelación de Dios contenida en su
nombre.
DIOS ES, POR LO TANTO, EL PRINCIPIO DE
DEFINICIÓN, DE LEY Y DE TODO.
Es la premisa de todo
pensamiento, y la presuposición necesaria para toda esfera de pensamiento.
Es blasfemia, por consiguiente,
intentar «demostrar» a Dios; Dios es la presuposición necesaria de toda prueba.
Por lo tanto, basar cualquier esfera de pensamiento, vida o acción, o cualquier
esfera de ser, en cualquier otra cosa que no sea el Dios trino es blasfemia. La
educación sin Dios como su premisa, la ley que no presupone a Dios y se apoya
en su ley, un orden civil que no deriva toda su autoridad de Dios, o una
familia cuyo cimiento no es la palabra de Dios, es blasfema.