5. EL JURAMENTO Y LA AUTORIDAD

INTRODUCCIÓN

Una ley que ya se ha citado merece particular atención: Éxodo 21: 17: «Igualmente el que maldijere a su padre o a su madre, morirá». Este enunciado es uno de tres en Éxodo 21:15-17, que sigue al requisito de Éxodo 21: 12-14 de pena de muerte para el asesino. Así quedan eslabonados en un sentido con el asesinato.
Primero, «el que hiriere a su padre o a su madre, morirá» (Éx 21: 15). Segundo, «Asimismo el que robare una persona y la vendiere, o si fuere hallada en sus manos, morirá» (Éx 21: 16). El secuestro y la esclavitud se castigan con la muerte.
La ley bíblica reconoce la esclavitud voluntaria, porque hay hombres que prefieren la seguridad a la libertad, pero prohíbe estrictamente la servidumbre involuntaria excepto como castigo. Tercero, la ley contra maldecir a los padres, ya citada, también se cita como equivalente a asesinato. El comentario de Rawlinson va al punto:
Con el homicidio se conjugan algunas otras ofensas, consideradas de carácter vil, y penado con la muerte: a saber, (1) golpear a un padre; (2) secuestrar; y (3) maldecir a un padre.
El que estos crímenes sigan de inmediato al asesinato, y que se castigue con la misma pena, demuestra el aborrecimiento de Dios de ellos. Se ve al padre como representante de Dios, y golpearlo es insultar a Dios en su persona.
Maldecirlo implica, si es posible, una falta de reverencia mayor; y, puesto que las maldiciones pueden ser efectivas solo como apelación a Dios, es un intento de poner a Dios de nuestro lado contra su representante. El secuestro es un delito contra la persona solo un ápice menor que el asesinato, puesto que priva al hombre de lo que le da a la vida su principal valor: la libertad.
Hay leyes afines en otras culturas antiguas. Por ejemplo, la antigua ley babilónica declaraba: «Si un hijo golpea a su padre, se le cortará la mano». La autoridad de la sociedad misma estaba en peligro en cualquier ataque a la autoridad paterna o a cualquier otra autoridad. Éxodo 21:15, 17 fue impuesto muy temprano en la ley de Massachusetts; no hay ningún registro de alguna pena de muerte, pero varios casos antes de 1650 registran varias flagelaciones infligidas por las cortes sobre hijos rebeldes, y sobre hijos que golpearon a un padre.

EL JURAMENTO O MALDICIÓN Y LA RESISTENCIA FÍSICA SON ASUNTOS IMPORTANTES.

El juramento o maldición es una apelación a Dios para que esté de nuestro lado por la justicia y contra el mal. De manera similar, la resistencia física, sea en forma de guerra o resistencia personal al ataque asesino, o los intentos de hombres malos de vencernos, es una posición santa y de ninguna manera errada.
En un mundo malo, tal resistencia a menudo es necesaria; es una necesidad desagradable y horrible, pero no un mal. David podía agradecer a Dios por enseñarle a hacer la guerra con éxito (2 S 22:35; Sal 18:34; 144:1). En un mundo malo, Dios requiere que los hombres se afiancen en términos de su palabra y ley.
En este punto, muchos citarán Mateo 5:39: «No resistáis al que es malo». El punto que Cristo hace en este pasaje (Mt 5:38-42) tiene referencia a la resistencia a un poder extranjero que gobierna la tierra, que puede «obligar» al hombre mediante una conscripción forzosa a servir a las fuerzas imperiales romanas por una milla o más, apoderarse de la propiedad, obligar a pagar préstamos, y generalmente confiscar propiedad, dinero y trabajo para sus necesidades.
En tal caso, la resistencia es fútil y errada, y la cooperación, yendo la segunda milla, produce mejores resultados. El comentario de Ellicot sobre Mateo 5:41 es pertinente: La palabra griega implica la compulsión especial del servicio forzoso como correo o mensajero del gobierno, y fue importado del sistema postal persa y organizado sobre el plan de emplear hombres conscriptos para llevar despachos del gobierno de estación a estación (Herod. 8: 98). El uso de la ilustración aquí parecería implicar la adopción del mismo sistema de parte del gobierno romano bajo el imperio. Los soldados romanos y sus caballos los guardaban en propiedades de judíos. Otros eran obligados a servicio de duración más larga o más breve.

LAS PALABRAS DE CRISTO FUERON PUES UNA ADVERTENCIA CONTRA LA RESISTENCIA REVOLUCIONARIA.

Su advertencia la repitió San Pablo en Romanos 13: 1, 2, con la advertencia de que la resistencia a la autoridad debidamente constituida es resistencia a lo ordenado por Dios. Al mismo tiempo, debemos notar que «Pedro y los demás apóstoles», cuando las autoridades les prohibieron predicar, declararon: «Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5: 29).
No hay discrepancia entre estas posiciones. El respeto a las autoridades debidamente constituidas se requiere como deber religioso y también como norma práctica. El mundo no se mejora con la desobediencia y la anarquía; los malos no pueden producir una sociedad buena. La clave para la renovación social es la regeneración del individuo.
Hay que obedecer a todas las autoridades (padres, esposos, amos, gobernantes, pastores), siempre sujetos a la obediencia previa a Dios.
Toda obediencia está bajo Dios, porque su palabra lo requiere. Por consiguiente, primero, el pueblo del pacto no puede violar ninguna autoridad debida sin tomar en nombre del Señor en vano. La desobediencia en cualquier nivel constituye desobediencia a Dios. Segundo, golpear a un padre, o atacar a un agente de policía, o cualquier autoridad debida, es golpear a la autoridad de Dios también y usar el derecho de defensa propia para agredir a la autoridad.
Tercero, maldecir a los padres de uno es intentar poner a Dios del lado de la rebelión contra la autoridad central de Dios, el padre, y la institución central de Dios, la familia. En el asesinato, el hombre ataca y quita la vida de un individuo, o de varios individuos. En todo ataque anárquico contra la autoridad, el atacante ataca la vida de una sociedad entera y la autoridad misma de Dios.
La excusa de tal asalto es la conciencia. La autoridad autónoma y absoluta de la conciencia se ha afirmado progresivamente desde el Siglo de las Luces, y especialmente con el surgimiento del romanticismo. En los Estados Unidos de América, el nombre de Thoreau viene más rápidamente a la mente como ejemplo del anarquismo romántico. Conciencia quiere decir responsabilidad con referencia al bien y al mal; conciencia implica condición de criatura y sujeción.
La conciencia debe estar bajo autoridad, o deja de ser conciencia y se convierte en un dios. El deseo humanístico de vivir más allá del bien del mal es en realidad un deseo de vivir más allá de la responsabilidad y más allá de la conciencia.

BAJO LA FACHADA DE LA CONCIENCIA, SE LANZA UN ATAQUE CONTRA LA CONCIENCIA Y LA AUTORIDAD.

La apelación de los revolucionarios anarquistas a la conciencia es una mentira y un fraude. La conciencia en la filosofía y el estado de ánimo modernos no son más que nuestros deseos, entronizados como ley. Por eso, James Joyce, en Retrato del artista adolescente, hace que Stephen Dedalus diga: «¡Bienvenida, oh vida!
Salgo para encontrar por millonésima vez la realidad de la experiencia y forjar en el yunque de mi alma la conciencia increada de mi raza». Para los que están bajo la influencia de Freud, la conciencia, o superego, no es más que las autoridades externas, padres, religión, estado y escuela internalizados. El superego es el sucesor y representante de los padres y otras autoridades; para Freud, el superego es el enemigo del id, el principio de placer y voluntad para vivir, y por consiguiente hay que domarlo. No se puede escapar del id y del ego, pero el superego, como un
producto social inmediato, se puede domar en su poder sobre el hombre.
A pesar de las variaciones, el concepto de Freud de la conciencia es el concepto del hombre moderno. La conciencia no tiene posición en el pensamiento moderno, y en realidad está desacreditada, excepto cuando es útil como una apelación contra la ley. La conciencia del hombre autónomo es una rebelión estudiada contra la conciencia y las autoridades, símbolos de opresión y tiranía.
La verdadera conciencia está bajo autoridad, autoridad santa. La verdadera conciencia es gobernada por las Escrituras; no se levanta como árbitro por sobre Dios y su palabra, ni como la voz de Dios y ella misma como revelación especial. La conciencia verdadera se sujeta a la autoridad de Dios; está en todo momento bajo Dios, y nunca es dios ni señor. En 1788, el Sínodo Presbiteriano de Nueva York y Filadelfia declaró, en sus «Principios preliminares» a «La forma de gobierno», que «Dios es el único Señor de la conciencia; y la ha dejado libre de doctrina y mandamientos de hombres, que son en todo contrarios a su palabra, o aparte de ella en asuntos de fe y adoración».
La declaración entonces defendía el derecho al criterio propio. El propósito era libertar al hombre de las demandas arbitrarias del estado y de los hombres en términos de la autoridad absoluta de Dios sobre la conciencia. El concepto humanístico de la conciencia, al negar el señorío de Dios, hace ineludible la tiranía de los hombres. La filosofía humanística hace de la conciencia de todo hombre un señor absoluto; los estudiantes amotinados de la década de 1960 y 1970, los revolucionarios anarquistas, los que protestan por los «derechos civiles», apelan al derecho a la «conciencia» para destruir la ley y el orden y derrocar a la sociedad.
La pena de muerte de Éxodo 21:15, 17 deja en claro que ningún mal se puede convertir en excusa para más mal. La familia, como orden-ley central de Dios, aun cuando los padres sean de lo más malos, el hijo no la puede atacar. Al hijo no se le pide que obedezca a sus padres haciendo el mal; al hijo no se le pide que llame bien al mal. Pero se debe dar honor al que se le debe honor (Ro 13: 7), y honor se les debe a los padres.
Esto quiere decir que, que si bien el hombre debe promover la justicia, hay un límite al alcance de su derecho a hacer guerra contra el mal. La Escritura enfatiza que la venganza le pertenece a Dios (Dt 32: 35; Sal 94: 1; He 10: 30; Ro 12: 19).
San Pablo indica con claridad: «Queridos amigos, no traten de vengarse de alguien, sino esperen a que Dios lo castigue, porque así está escrito: “Yo soy el que castiga, les daré el pago que merecen”, dice el Señor» (Ro 12: 19,).
Existen dos formas legítimas de venganza santa: Primero, la justicia absoluta y perfecta de Dios final y totalmente administra justicia perfecta. La historia culmina en el triunfo de Cristo, y la eternidad resuelve todos los pleitos. Segundo, las autoridades ordenadas por Dios (padres, pastores, autoridades civiles y otros) tienen el deber de aplicar la justicia y venganza de Dios.
Como pecadores que son, nunca pueden hacer esto de manera perfecta, pero la justicia imperfecta puede ser con todo justicia. A un día nublado no se le puede llamar medianoche; la justicia imperfecta no es injusticia.
Un hombre santo no espera justicia perfecta y vindicación, y, a veces, reconoce que no puede esperarla de todos los hombres. La Biblia nos da ejemplos de venganza, de corrección de antiguos males, pero no ocurrió eso en el caso de José en cuanto a Potifar. José había ido a la cárcel por intento de violación; lo sacaron de la cárcel y le dieron gran. Su pasado fue inmaterial para el faraón.
Sin duda, hasta el mismo día de la muerte de José, críticos crueles murmuraban a sus espaldas que José era un ex convicto, convicto de intento de violación, pero el ejercicio del poder de parte de José fue santo. En donde importó, como con sus hermanos, se cobró una venganza diseñada para probar el carácter de ellos. Con castigar a Potifar o a la esposa de Potifar no hubiera logrado nada; y ningún castigo debe haber sido más aterrador para esa pareja que saber que su ex esclavo ahora era el mayor poder en Egipto después del faraón. Dios fue la vindicación de José.
El que un hombre sueñe con ejercer perfecta justicia, obtener vindicación en todo y enderezar el historial en todos los puntos es tomar un papel de vengador que le corresponde solo a Dios. Quiere decir se ha unido a las fuerzas del mal.

Aunque tal presunción vaya disfrazada del nombre del Señor, incluye blasfemia. «Igualmente el que maldijere a su padre o a su madre, morirá» (Éx 21: 17).