INTRODUCCIÓN
El tercer mandamiento tuvo en un
tiempo la atención central de la iglesia y la sociedad; hoy, su importancia se
ha desvanecido mucho para el hombre moderno.
Incluso en una obra como Digest of the Divine Law de Rand, no
hay mención de él aparte de un listado del mismo en la tabla de diez, y una
breve cita más adelante.
Montagu tiene una clasificación
interesante de las varias formas de «jurar» según se entienden en inglés:
Maldición,
a menudo
usado como sinónimo de jurar, es una forma de juramento que se distingue por el
hecho de que invoca o pide algún mal sobre algo o alguien.
Profanidad,
en la que se
expresan los nombres o atributos de las figuras u objetos de la religión. Blasfemia, a menudo identificada con
maldecir e irreverencia, es el acto de vilipendiar o ridiculizar las figuras u objetos
de veneración religiosa.
Obscenidad,
forma de
jurar que hace uso de palabras y frases indecentes.
VULGARIDAD,
UNA FORMA DE JURAR QUE
HACE USO DE PALABRAS GROSERAS.
Juramentos
con eufemismos, una
forma de jurar en la cual expresiones tenues, vagas o corruptas sustituyen las
originales fuertes.
Esta clasificación, por supuesto,
no es bíblica en su orientación.
Primero, hay solo una prohibición de
jurar o maldecir en falso. Lo que se prohíbe es tomar el nombre del Señor en vano o «a la ligera» (NVI). No se
prohíbe todo juramento o maldición.
Segundo, desde la perspectiva bíblica,
todo juramento y maldición en falso es profano,
y por consiguiente la profanidad no es una categoría aparte.
La palabra profano viene del latín pro, antes, fanum, templo, o sea, antes o fuera del templo; la profanidad es
por consiguiente toda habla, acción y vida que está fuera de Dios. La
profanidad, pues, incluye lenguaje soez, juramentos y maldiciones en falso, y
también habla y acciones diplomáticas y corteses que se apartan de Dios y no
reconocen su soberanía.
Tercero, solo una clase de maldición
merecida no se permite. Al maldecir, un hombre invoca el juicio de Dios sobre
el malhechor.
Pero, por perversos que pudieran
ser, y por más que merezcan castigo, nadie puede maldecir a su padre o madre.
Es más, «el que maldijere a su padre o a su madre, morirá» (Éx 21:17). Honrar a los padres es tan
fundamental para una sociedad santa que ni siquiera en casos extremos puede el
hijo o hija maldecir a uno de sus padres. Los hijos deben obedecer a sus padres. A los adultos
se les exige que los honren; pueden,
y a veces deben, discrepar con ellos, pero maldecirlos es violar un principio fundamental de orden y
autoridad.
Cuarto, la blasfemia es más que tomar el
nombre de Dios profanamente. Es lenguaje difamatorio, perverso, y rebelde
dirigido contra Dios (Sal 74: 10-18; Is 52: 5; Ap 16: 9, 11, 21). Se castigaba
con la muerte (Lv 24:16). A Nabot se le acusó falsamente de blasfemia (1a R
21: 10-13), así como también a Esteban (Hch 6: 11), y a Jesucristo (Mt 9:3;
26:65, 66; Jn 10:36).
«La blasfemia contra el Espíritu
Santo consistía en atribuir los milagros de Cristo, que eran hechos por el
Espíritu de Dios, al poder satánico (Mt 12: 22-32; Mr 3: 22-30)».
Para analizar ahora unos pocos
hechos básicos respecto a los juramentos, se debe notar, primero, que el juramento prohibido
esencial y necesariamente va ligado a la religión.
Es profanidad, algo
alejado de Dios y contra Dios. En donde va involucrado el nombre de Dios,
representa, un uso ilícito y hostil del nombre de Dios, y un uso insincero por
consiguiente. Muchos de los juramentos antiguos y modernos citados por Montagu
son obscenidades antes que profanidades. Este es un hecho significativo.
A
fin de apreciar su significación, revisemos unos pocos de los hechos centrales.
Primero, El pronunciamiento santo de un juramento es un acto religioso solemne
e importante. El hombre se sitúa bajo Dios y en conformidad a su justicia para
sujetarse a su palabra así como Dios cumple su palabra.
El juramento santo es una forma
de hacer votos. Pero el juramento impío es una profanación deliberada del
propósito del juramento o voto; es un uso a la ligera del mismo, un uso
desdeñoso del mismo, una expresión de desprecio a Dios. Pero el juramento impío
no solo es negativo u hostil; niega a Dios como lo supremo, pero debe posicionar
a otro como supremo en lugar de Dios. Los juramentos santos toman su
confirmación y fuerza de arriba; los juramentos impíos buscan abajo su poder.
ESTE CONCEPTO DEL «ABAJO» ES MANIQUEO
HASTA LA MÉDULA, ES MATERIAL.
Cuando se niega la religión del
Dios trino, la religión de la rebelión, las sectas del caos, toman su lugar. Se
ve que la vitalidad, el poder y la fuerza les llegan de abajo; el lenguaje
profano procura ser enérgico, y la energía es lo que está abajo.
Segundo, como ya es evidente, hay una
progresión religiosa en la profanidad: pasa de un desafío a Dios a una
invocación hasta del excremento y el sexo, y luego a formas pervertidas del
sexo. Esta progresión religiosa es social y verbal. La sociedad soez invoca, no
a Dios, sino al mundo de lo ilícito, lo obsceno y lo pervertido.
Lo que invoca en palabra también
lo invoca en acción. La tendencia descendente de la sociedad es una búsqueda de
energía renovada, el fogonazo de una nueva fuerza y vitalidad, y es una
búsqueda perpetua de nuevas profanaciones.
Hay hombres blancos que van a
prostitutas de color para «un cambio de suerte», para renovar su vitalidad y
poder para prosperar por un tiempo. Al «descender», se recargan a fin de
«subir». La profanidad verbal es un testimonio oral de una profanidad social.
Conforme la profanidad verbal desciende, también lo hace la sociedad en sus acciones.
Esto quiere decir, por
consiguiente, que,
Tercero, la profanidad es un barómetro. Es indicativo de la rebelión en
proceso. Es un índice de la deterioración y degeneración social. La
significación psicológica de la profanidad no se pierde en una era
revolucionaria; se defiende la profanidad con fervor evangélico.
No debe sorprender a nadie que un
diccionario de argot y profanidad se promovió ampliamente como obra invaluable
de referencia entre las bibliotecas de secundarias a principios de la década de
1960.
La verdadera educación incluye,
para un mundo profano, una integración descendente al vacío, para usar la frase
apta de Cornelio Van Til. En las escuelas se prohíbe el conocimiento de Dios,
pero se promueve el conocimiento de la profanidad. Se invita y anima la
rebelión en una sociedad que busca una integración descendente, y la profanidad
es un índice, un barómetro, de esta integración revolucionaria descendente.
Cuarto, podemos ahora reconocer por qué,
en palabras de Montagu, «la formas antiguas de juramentos a menudo se
consideraban subversivas a las instituciones sociales y religiosas». Todavía lo
son. Todo juramento es religioso, y los juramentos falsos representan un
impulso subversivo en la sociedad.
El interesante estudio de Montagu
también es una obra religiosa; halla salud en tal profanidad, y debemos
recordar que salud y salvación (latín salus, salve, salud) son las mismas palabras.
El genio y escolaridad de su estudio sirve solo para elevar su propósito religioso;
jurar es una expresión social saludable. Pero cuando se trata de un
conocimiento de sus motivos para desear esta salud, o por qué constituye salud,
guarda silencio.
EL MANDAMIENTO DECLARA: NO TOMARÁS EN
NOMBRE DE JEHOVÁ TU DIOS EN VANO.
Positivamente, esto quiere decir:
Tomarás el nombre de Jehová tu Dios en justicia y verdad. Negativamente,
también significa: No tomarás el nombre de otros dioses o poderes. En cada
caso, las implicaciones son de largo alcance.