INTRODUCCIÓN
El tercero y el noveno mandamiento
están estrechamente relacionados. El tercero declara: «No tomarás el nombre de
Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su
nombre en vano» (Éx 20: 7). El noveno dice: «No hablarás contra tu prójimo
falso testimonio» (Éx 20: 16). Ambos mandamientos tienen que ver con el habla;
el uno hace referencia a Dios, el otro al hombre. Es más, Ingram tiene razón al
ver la referencia legal en ambos. El tercero es «una prohibición contra el
perjurio, la herejía y la mentira». 7 Ya hemos visto la implicación de
los juramentos como obscenidad.
La ley cubre esto y más. Pero la
esencia del tercer mandamiento está en su naturaleza como base de un sistema legal.
Citando a Ingram de nuevo, «el cimiento de todo procedimiento legal que involucra
a las llamadas disputas civiles está claramente en el tercer mandamiento, y sin
duda lleva su importancia al ámbito del derecho penal». El juramento del cargo,
la confiabilidad de los testigos, la estabilidad de una sociedad en términos de
un respeto común por la verdad, la fidelidad del clero a sus votos de
ordenación, de las esposas y esposos a sus votos matrimoniales, y mucho más
pende de la santidad del juramento o voto.
En donde no hay respeto por la
verdad, cuando los hombres pueden hacer votos y juramentos sin intención de
acatar sus términos, brota la anarquía y la degeneración social. Donde no hay
temor de Dios, la santidad de los juramentos y votos desaparece, y los hombres
cambian los cimientos de la sociedad de la verdad a la mentira.
Es significativo que los juicios
por perjurio hoy ya casi ni se oyen, aunque el perjurio es rutina diaria en las
cortes. Pero, como Ingram destacó, la ley de Dios dice bien claro en el tercer
mandamiento que, «sea lo que sea que el hombre pueda ser respecto a esto, Dios
no considera sin culpa al que toma su nombre en vano».
El juramento en la toma de
posesión del presidente, y todo otro juramento de toma de posesión en los
Estados Unidos, en el pasado se consideraba bajo el tercer mandamiento y, de
hecho, invocándolo. Al prestar juramento, el hombre prometía cumplir su palabra
y sus obligaciones así como Dios es fiel a la suya. Si no lo cumplía, según su
juramento el funcionario público se buscaba el castigo divino y la maldición de
la ley. Aunque de todos modos los funcionarios corruptos no faltaron, es claro
que una gran medida de verdadera responsabilidad política estaba en evidencia.
Los hombres santos tomaban los
juramentos en serio. George Washington, cuya creencia en el diezmo obligatorio
se ya se mencionó, estaba bien convencido del significado del juramento. En su
discurso de despedida expresó su consternación ante el escepticismo, el
agnosticismo, el deísmo y el ateísmo que se infiltraban de Francia y de la
Revolución Francesa.
La incredulidad, según veía, infligió
gran daño. Entre otras cosas, al destruir la fe en el juramento, la
incredulidad socava la seguridad de la sociedad. Declaró:
De todas las disposiciones y
hábitos que conducen a la prosperidad política, la religión y la moralidad son
respaldos indispensables. En vano el hombre rendirá tributo al patriotismo si
subvierte estos grandes pilares de la felicidad humana, estos puntales de lo
más firmes de los deberes de los hombres y ciudadanos. El político, igual que
el hombre santo, debe respetarlos y atesorarlos.
Un libro no podría trazar todas
sus conexiones con la felicidad pública y privada. Preguntémonos: ¿dónde está
la seguridad de la propiedad, de la reputación, de la vida, si el sentido de
obligación religiosa abandona los juramentos, que son instrumentos de
investigación en las cortes de justicia?
Y con cautela demos paso a la
presuposición de que se pueda mantener la moralidad sin la religión. No importa
lo que se pueda conceder a la influencia de la educación refinada en mentes de
estructura peculiar, la razón y la experiencia nos prohíben esperar que la
moralidad nacional pueda prevalecer a exclusión del principio religioso.
Menospreciar, ultrajar o profanar
el juramento es por consiguiente una ofensa que niega la validez de toda ley y
orden, de todas las cortes y cargos, y es un acto de anarquía y rebelión. A la
luz de esto, podemos entender mejor Levítico 24: 10-16, el incidente de
blasfemia y la sentencia de muerte que se le aplicó.
LA PARTE OFENSORA EN ESTE CASO ERA MEDIO
DANITA Y MEDIO EGIPCIA.
El texto hebreo da por sentado un
conocimiento que desde entonces en su gran parte se ha olvidado. La versión
caldea antigua lo parafrasea como sigue: Y mientras los israelitas habitaban en
el desierto, él trató de poner su tienda en medio de la tribu de los hijos de
Dan; pero ellos no se lo permitieron, porque, según el orden de Israel, todo
hombre, según su orden, moraba con su familia bajo el estandarte de la casa de
su padre.
Trataron por todos los medios en
el campamento. De aquí el hijo de la mujer israelita y el hombre de Israel que
era de la tribu de Dan fueron a la casa de juicio.
El juicio fue contra el que era
medio danita y medio egipcio, y al declarar «blasfemó el Nombre, y maldijo» (Lv
24:11). Negó la estructura entera de la sociedad y ley israelita, el mismo
principio de orden. Como resultado, se le aplicó la sentencia de muerte por
blasfemia. Su ofensa fue en efecto que afirmaba la rebelión total, la secesión
absoluta de toda sociedad que le negaba sus deseos.
Ninguna sociedad puede existir si
permite tal rebelión. La ley de Dios en este caso es de particular importancia:
«Cualquiera que maldijere a su Dios, llevará su iniquidad.
Y el que blasfemare el nombre de
Jehová, ha de ser muerto; toda la congregación lo apedreará; así el extranjero
como el natural, si blasfemare el Nombre, que muera» (Lv 24: 15, 16). A
cualquier gentil que menospreciara o violara el juramento de su religión se le
aplicaban las leyes de su religión, y cualquier castigo que su ley impusiera por
tal blasfemia o maldición, porque menospreciar el juramento de la fe de uno es
maldecir a su dios. Ginsberg resumió la ley aquí muy aptamente:
Si un gentil maldice al dios en
quien todavía profesa creer, llevará su pecado; debe sufrir el castigo por su pecado
de manos de sus correligionarios, cuyos sentimientos ha ofendido. Los
israelitas no deben interferir para salvarle de las consecuencias de su culpa;
porque el gentil que envilece al dios en el que cree no se le puede confiar en
otros respetos, y pone un mal ejemplo para otros, que pueden ser llevados a
imitar su conducta.
Hay un punto de suma importancia
en esta legislación que exige atención en particular. Primero, debemos notar que la mente moderna ve algo
supuestamente «bueno» en todas las religiones, mientras que las niega en favor
de la mente autónoma del hombre. Para negar el cristianismo y su verdad
excluyente, la mente moderna profesa hallar verdad en todas las religiones. La
Biblia, sin embargo, no tiene tal tolerancia por una mentira.
El salmista resumió el asunto:
«Todos los dioses de los pueblos son ídolos; pero Jehová hizo los cielos» (Sal
96: 5). Sin rodeos, la Biblia condena a todas las demás religiones. La mente
moderna, en tanto que totalmente religiosa, no es institucionalmente religiosa,
y así puede ofrecer tolerancia desdeñosa a todas las religiones. Pero la mente
moderna es religiosa políticamente; es decir, considera el orden político como
su orden último y religioso, y esto lleva a una segunda observación:
la intolerancia política es
básica para la mente moderna, y niega la validez de todo otro orden que no sea
su estado soñado, y de toda ley y orden ajenos a sus caprichos y a su voluntad,
porque tiene todos esos órdenes como mentiras de temer. La Biblia, por otro
lado, extiende una tolerancia limitada a los otros órdenes sociales. El único
`verdadero se halla en la ley bíblica.
Toda ley es religiosa por
naturaleza, y todo orden-ley que no es bíblico representa una religión
anticristiana. Pero la clave para remediar la situación no es una rebelión, ni ningún tipo de resistencia que trate de
subvertir la ley y el orden. El Nuevo Testamento abunda en advertencias contra
la desobediencia y en llamados a la paz.
La clave es la regeneración, la
propagación del evangelio, y la conversión de los hombres y naciones al
orden-ley de Dios. Mientras tanto, el orden-ley existente se debe respetar, y
los órdenes-leyes vecinos se deben respetar en todo lo que sea posible sin
contravención de la propia fe de uno.
El orden-ley pagano representa la
fe y religión del pueblo; es mejor que la anarquía, y en efecto provee una
estructura de vida que les dio el Señor bajo la cual se puede promover la obra
de Dios. La perspectiva moderna conduce a la intolerancia revolucionaria; bien
sea de un orden mundial en términos de un sueño, o de una «guerra perpetua por
la paz perpetua».
Se consideraba con tanta seriedad
el abuso del juramento, que el que una persona presenciara un juramento, o que
un juramento para hacer el mal se pronunciara en alguna parte, y no hiciera
nada, requería una ofrenda de expiación de la transgresión (Lv 5: 1-7).
Proverbios 29: 24, dice: «El
cómplice del ladrón aborrece su propia alma; Pues oye la imprecación
[pronunciada por el ladrón] y no dice nada». Delitzsch comentaba:
El juramento es, según Lv 5:1, el
del juez que juramenta por Dios al cómplice del ladrón para que diga la verdad;
pero este la esconde, y carga su alma con un delito digno de muerte, porque de
ocultador se vuelve además perjuro.
Más serio que robar, o incluso
asesinar, es jurar en falso. El ladrón le roba a un solo hombre, y el asesino
le quita la vida a un solo hombre, o tal vez a un grupo de hombres, pero un juramento en falso es un ataque a la vida
de una sociedad entera.
La poca seriedad con que se toma
es un buen barómetro de la degeneración social. El aborrecimiento santo de
jurar en falso se refleja con claridad en el Salmo 109:17-19. En Mateo 5:33-37,
Cristo prohibió el uso trivial de un juramento, y sus palabras tienen una
referencia parcial a Números 30: 7.
El juramento en falso ya estaba
prohibido en la ley; Cristo dejó en claro que del juramento o voto no se debía
usar en cuestiones personales, excepto en ocasiones serias en que el uso legítimo
de la ley lo permitiera. El recurso barato de jurar para apuntalar la palabra de
uno, por verdad que fuera, estaba prohibido.
La comunicación del hombre santo
es «sí, sí», y «no, no»; es honrada y directa (Mt 5: 37). El varón de Dios jura
o testifica con honradez aun en daño propio, y no cambia su testimonio según
convenga a sus intereses (Sal 15:7). Estando bajo Dios, la palabra del hombre
santo en cierto sentido está siempre bajo juramento.
Como Ingram ha observado: «Es
significativo que bajo algunos sistemas cristianos europeos, una violación
voluntaria de un voto promisorio se trata como perjurio».
Ingram muy correctamente ha
recalcado la relación de la herejía con este mandamiento.
Los miembros y clérigos que
niegan sus votos bautismales y de ordenación para sostener herejías están
violando sus votos. Es más, el hereje, «en todo el horror del orgullo colérico declara:
“Tengo derecho a estar equivocado”».
Hoy, en muchos países y en
algunos estados de Estados Unidos, se elimina el nombre de Dios en los
juramentos de cargo y la jura de testigos. Esto quiere decir que, cuando se
juramenta a un hombre para un cargo, no se obliga ante Dios a cumplir los
requisitos constitucionales del cargo o de la ley; el hombre jura solemnemente
por sí mismo; si le parece bien alterar la ley, si considera superiores sus ideas,
puede dar pasos para circunvalar la ley.
Los principales cambios en la constitución
estadounidense han ocurrido en un período de tiempo cuando no se han hecho
cambios fundamentales a la Constitución de los Estados Unidos. Eso se debe a
que la letra y el espíritu de la ley ahora tienen escaso significado ante de la
voluntad política de hombres y partidos.
Si a un testigo se le pide que
jure decir toda la verdad y nada más que la verdad sin ninguna referencia a
Dios, la verdad se puede redefinir, y comúnmente se redefine, en términos del
testigo. El juramento en el nombre de Dios es el «reconocimiento legal de Dios»
como la fuente de todas las cosas y la única base verdadera de todo ser.
Sitúa al estado bajo Dios y bajo su ley.
El que se elimine a Dios de los
juramentos, y el uso ligero e insincero de juramentos, son una declaración de independencia
de Él, y es guerra contra Dios en el nombre de los nuevos dioses, el hombre
apóstata y su estado totalitario.
El juramento estadounidense
moderno, que omite toda referencia a Dios, está en el contexto de una filosofía
pragmática, una fe que se enseña en las escuelas y la defienden los gobiernos
estatales y federal. La verdad en términos de pragmatismo es lo que sirve. La consecuencia puede
ser solo anarquía revolucionaria. No solo quiere decir guerra contra Dios, sino
guerra de todo hombre contra su prójimo.